sábado, 2 de noviembre de 2013

1000 imágenes

Al despertar y buscar una primera imagen de la realidad, he optado por una imagen colorida, por lo que he abierto mi armario y he encontrado toda una gama de colores acomodada en perchas. Alcancé a distinguir distintos tipos de telas, de formas y de patrones, lo que proveía una imagen colorida de la realidad.
Aproveché la cercanía a la ventana para abrirla y descubrí unos luminosos rayos de sol, los cuales se reflejaban en los árboles  y el pasto verde del paisaje que hay bajo mi ventana.
Entonces decidí seguir con mi día y eché un vistazo general a la habitación; pasé de la cama deshecha, que incluía una mezcla del color celeste del edredón, con el beige de las sábanas, formando una especie de remolino. Me centré en la cabecera, en el pequeño espacio en la pared en donde suelo colocar el móvil y lo observé con atención. El foco  color cian parpadeaba, y el extremo del móvil se conectaba a un cable negro que llegaba hasta la corriente eléctrica de la pared. Observé el piso y vi mis pantuflas azul rey desacomodadas, reposando en el piso entre unas cuantas motas de polvo.
Luego decidí bajar al comedor y en el camino pude captar la cara de una compañera adormilada, que subía las escaleras con los ojos entrecerrados, vestida con un pijama rosado y el cabello muy despeinado. Entonces seguí con mi propósito y me encontré con una barra llena de apetitosas pastas. Observé las ensaimadas espolvoreadas con azúcar, las napolitanas de vainilla con cubierta de nuez, pero me centré en las napolitanas de chocolate… cubiertas con chispitas y posando sobre un plato blanco, parecían gritarme desde ese lugar.  Me centré luego en las ordenadas tazas blancas, en conjunto con su respectivo plato, esperando a ser utilizadas. Examiné la cara de otras compañeras y me sorprendí del contraste entre caras adormiladas, poco animadas, y caras activas, riendo y comiendo animadas.
Al salir, observé en el aparcamiento la fila de coches en línea, que creaban una mezcla de colores en donde predominaba el celeste, que hacía contraste con el verde de dos árboles en el fondo y con el sol que se asomaba entre la fachada del Colegio Mayor. 
Rumbo a la universidad, y desde el asiento de copiloto del coche, alcancé a captar bellas imágenes. Era un hermoso día, lleno de contrastes y digno de contemplar con una mirada atenta. Las nubes bien rellenas, con ese gris que predice una lluvia posterior; pero detrás de esas nubes se asomaban los luminosos rayos que mantenían el brillo en la naturaleza, destacando ese amplio campo de girasoles que están en proceso de germinar. Entonces fijé la mirada en un grupo de ciclistas, que iban en fila,  aprovechando el buen tiempo. Intenté captar una serie de imágenes que pasaron fugazmente ante mis ojos, pero que se imprimieron dentro de mí: árboles en el fondo que acompañaban el recorrido del pequeño río con su naciente caudal, que se paseaba a través de las piedras; las hojas  color café que reposan en el pasto, previniendo la llegada del otoño; los peculiares faros rojos que armonizan con el paisaje y con las curvas del edificio de arquitectura; el contraste de los rayos del sol asomándose en ese cielo negro…
Conforme avanzaba el día me quise enfocar en las expresiones de la gente y encontré una realidad muy interesante. Una chica sonriendo y siendo felicitada por sus compañeros que le obsequiaban una tarta de queso adornada con zarzamoras; un chico concentrado en su ordenador, con unos cascos puestos y aislado de su entorno; un grupo de chicas mirando la explanada de la facultad desde dentro, riendo, protegidas  detrás de ese vidrio polarizado; las mesas de las aulas llenas de folios y bolígrafos antes de comenzar la clase, con gente que decide quedarse dentro durante el descanso, viendo sus móviles…
Una máquina de café  que ha estado frente a la ventana todo el día, viendo al sol esconderse, reparte el café a una chica a quien se le cae una moneda y se ríe junto con su amiga que le indica con el dedo en dónde ha caído la moneda.
Al salir, me encontré con la explanada oscura y con una débil lluvia, pero engañosa a la vez,  porque tenía la fuerza como para dejar todo el suelo mojado. En el camino de regreso sólo alcancé a capturar lucecitas que se veían a los lados de la carretera oscura; se trataba de unas luces que, entre tanta penumbra, conseguían impregnarse en la imaginación de quien presenciara aquel espectáculo de luces.
Cuando volví a mi cuarto, intenté adentrarme en mi ambiente de trabajo e intenté convertirlo en una imagen: me encontré con un escritorio lleno de folios desordenados, con el ordenador en el centro, rodeado de cables y con un vaso vacío en el lado izquierdo. A través de la ventana, los árboles en la penumbra, bailando al son del viento débil, posando para una cámara sin carrete, sin poder sobrevivir a la inexorabilidad del tiempo. Pero al final, todas esas imágenes se quedaron guardadas en un carrete más humano, que permite abrirse ante un nuevo día y ante una nueva imagen de la realidad.

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